La noche apenas ha entrado en la adolescencia, pero ya se apresura a  vivir la vida. Alcohol, tacones de aguja y sangría de un euro. Masas de  gente se mueven de un lado a otro como espuma llevada por la marea, sin  saber a dónde, tan sólo sintiendo la vibración de los sonidos en su  diafragma. Siguen, esperan, piden.
Luces en el asfalto, marcan el camino a seguir. Setas amarillas. Como la  desembocadura de un río, todos van a parar al mismo sitio, al mar.  
Una tras otra las puertas de los antros se abren invitadoras. No hay mucho que dudar. En realidad, eso es lo que quieren.
Humo, el ambiente está viciado. Los alientos se mezclan sobre las  incoscientemente bamboleantes cabezas, descargando dióxido de carbono  puro. “Cigarrettes” prendidos entre los dedos de uñas pintadas, cigarros  agarrados por manos masculinas. 
Cualquier petición es atendida, y el cambio de alcohol por dinero es  rápido. Los bolsillos se vacían, la mente se nubla y los ojos se  empañan, al tiempo que la sonrisa de dientes fosforescentes a la luz se  hace más amplia y menos real.
“Piruleta”, “Orgasmo del cielo”, “Bloody Spirit”... Caramelo, coco,  tabasco y miles de ingredientes más adornan las paredes como si de  tarros de un boticario se tratasen. El remedio para cualquier mal,  gritan sin hablar los camareros, y ellos lo creen.
Pulseras brillantes en la muñecas, y el “Pezón de Silvia” viaja rápidamente del vaso a la garganta, suave pero ardiente.
Claustrofobia. Codos que se entrechocan y espaldas que se rozan. Miradas  que se cruzan y sonrisas lascivas o tímidas. Un beso cruza el aire,  seguido de un alzamiento de cejas que invita a seguir con el proceso  perfectamente conocido, establecido y estudiado, sin haber estado nunca  escrito en un manual de páginas amarillentas.

Las masas se mueven, insaciables. Se aburren con facilidad, quieren algo  distinto cada vez. Buscan algo, pero no saben que es, y una sed de todo  se apodera de ellos.
Las camisas blancas brillan como nunca bajo la luz de los focos, con un  toque de azul psicodélico; fluorescentes. Las chicas en corro mueven su  cuerpo al ritmo de la música, o cantan sin que nadie pueda oírlas las  letras de canciones sin sentido. Los chicos, bailan también, aunque de  una forma menos delicada, más dura y animal. Buscan con la mirada a “esa  chica”. Y si la encuentran, expondrán todo su armamento. Lenguas  entrelazadas y dientes que se chocan. Manos veloces. “Young hearts beat  fast”. Todo es demasiado rápido. No hay tiempo para pensar, sólo queda  el actuar antes de que la carroza de Cenicienta se convierta en una  podrida calabaza, y después esperar a la noche siguiente.
Noche húmeda por el sudor.