lunes, 9 de mayo de 2011

Dióxido de carbono y azul psicodélico

La noche apenas ha entrado en la adolescencia, pero ya se apresura a vivir la vida. Alcohol, tacones de aguja y sangría de un euro. Masas de gente se mueven de un lado a otro como espuma llevada por la marea, sin saber a dónde, tan sólo sintiendo la vibración de los sonidos en su diafragma. Siguen, esperan, piden.
Luces en el asfalto, marcan el camino a seguir. Setas amarillas. Como la desembocadura de un río, todos van a parar al mismo sitio, al mar.  
Una tras otra las puertas de los antros se abren invitadoras. No hay mucho que dudar. En realidad, eso es lo que quieren.
Humo, el ambiente está viciado. Los alientos se mezclan sobre las incoscientemente bamboleantes cabezas, descargando dióxido de carbono puro. “Cigarrettes” prendidos entre los dedos de uñas pintadas, cigarros agarrados por manos masculinas.
Cualquier petición es atendida, y el cambio de alcohol por dinero es rápido. Los bolsillos se vacían, la mente se nubla y los ojos se empañan, al tiempo que la sonrisa de dientes fosforescentes a la luz se hace más amplia y menos real.
“Piruleta”, “Orgasmo del cielo”, “Bloody Spirit”... Caramelo, coco, tabasco y miles de ingredientes más adornan las paredes como si de tarros de un boticario se tratasen. El remedio para cualquier mal, gritan sin hablar los camareros, y ellos lo creen.
Pulseras brillantes en la muñecas, y el “Pezón de Silvia” viaja rápidamente del vaso a la garganta, suave pero ardiente.
Claustrofobia. Codos que se entrechocan y espaldas que se rozan. Miradas que se cruzan y sonrisas lascivas o tímidas. Un beso cruza el aire, seguido de un alzamiento de cejas que invita a seguir con el proceso perfectamente conocido, establecido y estudiado, sin haber estado nunca escrito en un manual de páginas amarillentas.


Las masas se mueven, insaciables. Se aburren con facilidad, quieren algo distinto cada vez. Buscan algo, pero no saben que es, y una sed de todo se apodera de ellos.
Las camisas blancas brillan como nunca bajo la luz de los focos, con un toque de azul psicodélico; fluorescentes. Las chicas en corro mueven su cuerpo al ritmo de la música, o cantan sin que nadie pueda oírlas las letras de canciones sin sentido. Los chicos, bailan también, aunque de una forma menos delicada, más dura y animal. Buscan con la mirada a “esa chica”. Y si la encuentran, expondrán todo su armamento. Lenguas entrelazadas y dientes que se chocan. Manos veloces. “Young hearts beat fast”. Todo es demasiado rápido. No hay tiempo para pensar, sólo queda el actuar antes de que la carroza de Cenicienta se convierta en una podrida calabaza, y después esperar a la noche siguiente.
Noche húmeda por el sudor.

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