lunes, 21 de marzo de 2011

Terrats de Barcelona

La había perdido. Ella se había ido y ahora se sentía lleno de un vacío, antes ocupado por ese hada, toda ojos oscuros y curvas de mujer. Ella siempre había permanecido a su lado, no recordaba momento ni lugar en el cual no la sintiera junto a él, sobre él, dentro de él. Ingenuamente había creído que ella estaba encadenada a su vida, por lo que la había desvalorizado, descreído, casi humillado, creyéndose poseedor de todos sus secretos. Y ahora le había dejado. Maldita y deseada sea ella.
Él era pintor y dominaba la técnica, pero, ¿de qué le servía esa certeza si cuando tomaba un lápiz entre los dedos el papel permanecía inviolado? La inspiración se había ido.
Buscola incansablemente por las calles, en cada mujer hermosa (o quizás no tanto) que veía. Escudriñaba a su alrededor, esperando encontrarla en los ojos de aquella muchacha pálida, o tal vez en la curva de la mandíbula de aquella otra. ¿Tal vez en esa sonrosada mejilla? ¿En esos tobillos? Todo fue inútil. Ella lo rehuía, como en un infantil juego. Cuando por fin imaginaba rozarla con los dedos, ésta se escabullía de nuevo.
Los síntomas de su adicción comenzaron a hacerse patentes. Las pinturas se secaron y las cerdas de los pinceles se endurecieron. El alma le pesaba cual losa. Sin saber por qué, subió unas escaleras, hasta llegar a una desvencijada puerta, la cual abrió. Entonces la vio de nuevo. Allí estaba, más bella que nunca. Desde esa terraza, la inspiración, vestida de azul y ocre, le sonreía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario